
Los cafés con piernas, la mayoría de las veces, son con tetas y propinas. Están desde los emblemáticos hasta los del suburbio; los con minas delineadas y los con gordas mórbidas que no calientan ni al hueón que sirve los cafés; los que sólo son para detenerse un rato, conversar, leer algo e irse y los que están para quedarse más tiempo y tienen categorías y etapas. Aquí una radiografía de los distintos tipos de cafés con piernas del centro de Santiago. 1. Café Haiti. Está en el limbo de no ser café con piernas. Lo descalificaremos porque, primero, las minas no muestran nada y, segundo, es casi un dogma la propina y las chicas no bailan al ritmo de reggeatones. Además están a la luz de todo. 2. Sector San Diego: El peor de todos, lejos. Por lo barato del café ($500) se recibe una pésima atención, con 2 hueonas feas, guatonas y más encima una vieja que está fuera de toda categoría. Las dos usan una falda que les deja al descubierto la mitad de sus culos celulíticos. Una de ellas te recibe acostada en la barra con el poto apuntando a la puerta. Hay una pesa para que las minas se controlen, pero se nota que la obvian. Hay también un tablero de ajedrez para los comensales. Una de las premisas de los cafés con piernas es que la mina sea simpática y te acompañe. Nada de eso. El café de San Diego 361 tiene además un olor extraño. Patético.

3. Sector Mapocho: El Entredos es un amplio lugar que cuenta con 3 jóvenes vestidas cada una con su onda. El precio es promedio en el mercado ($700) y la música es estridente, sólo con canciones hits. Una de las chicas muestra el pezón. Buena atención. Karen nos recibe (a mí y a un amigo) y nos explica que un par de detectives que están en el lugar sólo hacen un control de rutina. Está a metros de la Piojera por lo que es recomendable ir luego de tomarse un Terremoto. Es el único que tiene “2do piso” donde por $30.000 pasa de todo (hay reservados y privados). Por mucho menos, la chica puede bailar y hacer “algo más”, siempre y cuando le compres un trago. Nosotros por supuesto nada de eso hicimos. Karen tiene 17 años y está allí gracias a un permiso notarial de su mamá. 4. Iracuba: Queda en el paseo Edwards, cerca de la Plaza de Armas. Allí están Rossana, Lizette (que se retiró hace un par de semanas por motivos de salud) y Claudia de 3 a 9 PM. Existen 2 turnos de 3 chicas cada uno. El dueño de este local es uno de los magnates del rubro. Claudia de hecho se iba a ir a la competencia pero el jefe le subió el sueldo. El lugar no es muy grande por lo que el humo molesta. Las chicas eso sí son de lo más simpáticas y usan un bikini bastante clásico. 5. El Café de la Licenciada: Tal vez el más producido. Queda entre Moneda y Alameda a la altura de la calle San Antonio y también cuenta con sucursales. La Jefa, dicen, va de vez en cuando, pero sólo a administrar. Gana por goleada en la onda y la moda al vestir. Claudia Alejandra (19) está en 4to medio y dice que cuando llega de jumper muchos le piden que atienda así. El lugar también es de los más cuidados: hay una pantalla gigante y un sonido de calidad con buenos parlantes. Claudia tiene su cuerpo emulsionado, a diferencia de las lolas de los otros cafés. A esta altura mi compañero de rondas ya no me acompaña. Alejandra (así le gusta que la llamen) me grita: “¡Tenís perso ah!” (por personalidad). Me dice que no me vaya y que me daría un beso, cosa que no se concreta. “Y no vay a darme propina”, me reclama cuando le señalo que es hora del retiro. “El del lao da por los 2”, le respondo. Deja de sonreírme y me dice: “A la próxima no te voy a atenderte igual sipo”. El estudio fue hecho el jueves 3 de agosto. Al finalizar, me embarqué rumbo al sur, con destino conocido. El exceso de café me pasaba la cuenta. De hecho este lunes, volví al Iracuba, sin embargo pedí un té con canela. Eran las 2:45 y llegó Claudia de civil, para el cambio de turno. A diferencia de cuando está en la barra, me saludó con un solo beso (por trabajo, ellas saludan a la española). Subió las escaleras con un jeans apretado y una chaqueta. Afuera casi llovía. Volvió con un hilo dental en las nalgas y un pequeño bikini que le levantaba las tetas casi ahogándoselas. “Toy caga de frío”, me dijo. Y mientras acomodaba su tarrito de propinas, masculló: “Son las reglas del oficio no más po”.
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