miércoles, enero 23, 2008

Alquinta

A fines de 2002 Los Jaivas lanzaron su biografía y yo fui a la presentación en la Feria del Libro de Santiago. Durante ese año, y el anterior, me había metido mucho en la música del grupo, y ese invierno de 2002 en particular, habíamos repasado todos y cada uno de los varios videos de Los Jaivas disponibles en la biblioteca de la universidad con mi amigo Felipe Espinoza. Antes del lanzamiento, conversé con Alejandro Parra, en ese entonces manager del grupo, quien me vio entusiasmado y me pasó dos invitaciones, "para la ceremonia privada del libro la semana entrante". En la feria, el grupo maravilló a una sala repleta y a la semana siguiente, estuve en el cine Arte Alameda, en el segundo tiempo del asunto. Cuando entré, junto a mi compañera, la Fer, el Gato Alquinta se levantó de su silla y me saludó como si nos conociéramos de siempre. No entendí mucho el gran abrazo, pero en fin. Le mostré unos exámenes que llevaba de mi madre, me preguntó cómo habían salido, le dije que bien, y los autografió. A la semana, empapado desde hace un par de años con el grupo, los fui a ver a un concierto en la acogedora SCD de Vespucio. Y a los días de aquel concierto, los vi junto a mi hermano en el patio de un centro comercial, en La Florida. Ya la cuestión Jaivas era recurrente. Me gustaban y no me cansaba de verlos, escucharlos e internarme con su música a lo más profundo de mis sentimientos, evocando con los "fue permanente emoción" y los "lo imperecedero... la vida" a mi padre, fallecido en los últimos días de 2000 y seguidor también de los "Jaibas" como escribió en un casette que aún escucho. La tripleta de conciertos y lanzamientos fue entre fines de noviembre e inicios de diciembre de 2002. En enero de 2003, me fui con mi familia a la playa, cuando me avisaron que Alquinta había muerto. Me sentía bien, la verdad, con haber estrujado la última función. Me sentía de alguna manera conectado, mirando ese mar Pacífico que agarró la vida del Gato y la convirtió en muerte. Me sentía sensible, cruzando las experiencias Jaivas-Alquinta con mi padre. Desde allí, siguiendo con la cercanía en conciertos, discos y demases comenzada a inicios de 2001, mantuve mi inclinación por el grupo, que llevaba todo más allá de la música. Al año siguiente visité con mi compañera Macchu Picchu y pensábamos los dos en Alquinta, Los Jaivas y mi padre. Ella también se hizo seguidora del grupo y tres años después, en diciembre de 2006, nos bebimos nuestro mejor vino mirando la torre Eifel de París, escuchando a Los Jaivas. El vino era del restaurant Tierra del Fuego, tan amigo del grupo, de Gato, y donde el dueño nos había regalado la botella y mostrado unos cuadernos con locuras, poesías y realidades, escrito a modo de diario de vida colectivo por Eduardo, Claudio... Gato. Hasta hoy, no puedo escuchar la música de Los Jaivas sin sentirla. También la disfruto, también la relativizo como sonoridad, entendiendo que lo de ese grupo incluye una postura filosófica ante la vida. Hoy se cumplen 5 años de la muerte del Gato. Y su voz a sabiendas única me retumba con los acordes de la voz de mi padre. Nada tiene el Gato de él o él de aquel. Nada cruza objetivamente a mi padre con Alquinta. Nunca los he asemejado ni mucho menos comparado o equiparado. Todo es más fluido, es sentido. No lloré en la muerte del Gato, pero le compro absolutamente su postura de desapego ante la mundanidad. Es un referente, es un artista, es un evocador que me simplifica muchas veces con su música la comunicación con mi padre. He allí la gran relación. Traiga lunas para mi jardín no más Alquinta.

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